Sector Centro de Zaragoza

En el sentido del movimiento de las agujas del reloj y tomando como punto de partida la «Cruz del Coso», antecedente del monumento a los «Mártires de la Religión y de la Patria», este amplio sector tiene por contorno el definido por: Coso, calle Espartero, plaza San Miguel, calle Coimbra, avenidas Cesáreo Alierta, San José, Tenor Fleta y Goya, calle Clavé, paseo María Agustin, puerta del Carmen, avenida César Augusto y Coso. Superficie aproximada, dos kilómetros cuadrados.

Era la «Cruz del Coso» un templete de piedra, con cruz dorada, homenaje de la ciudad a los innumerables mártires. El fuego francés destruyó aquel sencillo recuerdo. Se reedificó y en 1835 acordose su derribo, ahora por cauces administrativos. La memoria colectiva guardó recuerdo de ella hasta el punto que la ciudad, este siglo, en 1904, el veintitrés de octubre, inauguraba otra «Cruz del Coso», ahora con denominación más ampulosa: «Monumento a los Mártires de la Religión y de la Patria».

Monumento a los Mártires de la Religión y de la Patria

Obsérvese que un monumento bastaba para rememorar a dos grupos de mártires, los perseguidos por cristianos y los muertos en combate sostenido con el francés invasor. De Ricardo Magdalena, es lo arquitectónico; de Agustín Querol, lo escultórico. Hasta el siglo pasado se mantenía la tradición antigua de sufragar el Ayuntamiento los costes de ornar con laureles y flores el monumento el día tres de noviembre, festividad de las «Santas Masas», día que se hacía procesión desde Santa Engracia.

Alli se inicia la vía zaragozana más famosa. En siglos pretéritos fue el Coso el eje central de la vida ciudadana.

Suntuosos palacios, conventos, el hospital, el teatro… se asomaban al Coso. Pero desde su trazado es el paseo de la Independencia —nunca nos acostumbraremos a llamarla avenida—, el eje de la vida ciudadana.

Paseo de la Independencia

Ya no son palacios los que buscan un hueco en la calle más importante de la ciudad, pero en su lugar son los bancos y las cajas de ahorro los que pugnan por una esquina. Ya no son los conventos los que desean la primera fila de Independencia y si Correos y Telégrafos y Telefónica. También un pasaje. Y otro que quiso añadir la variante helicoidal. Así como otro más modesto, de menos pretensiones. Y cines, casi todos los cines de Zaragoza hasta final del siglo XX se encontraban allí.

Independencia se llama así desde 1860; antes, Salón de Santa Engracia, tanto porque llegaba hasta la iglesia como por responder, en lo urbano, a un concepto más amplio que el de vía de tráfico. Nada queda de aquello, si acaso lo que la literatura retuviera en su día y alguna ajada instantánea fotográfica.

Martín de Garay fue el impulsor del «paseo», a imitación de los «boulevares» de París, siendo el modelo elegido el Rivoli.

Crear «paseos» era una preocupación general debido a la necesidad de mejorar las condiciones higiénicas, abriendo grandes espacios en contraste con los hacinamientos de las calles; el cólera de 1834 hizo cambiar algunos hábitos. A renglón seguido de Independencia, que se acordo tuviera soportales, se pensó en levantar un monumento a los Sitios, pero tendría que llegar el Centenario para que solidificase la idea.

El paseo concluía en la glorieta de Pignatelli, actual plaza Aragón desde que se erigiera el monumento al Justiciazgo. Al comienzo de la década de los años sesenta, el paseo fue transformado en avenida, para mayor disfrute del vehículo en detrimento del hombre.

En la plaza Aragón se tuvo la idea acertada de colocar las banderas de Zaragoza, Huesca y Teruel, capitales y provincias, a espaldas del monumento, y las de las cabezas de partido judicial. Como en tantas cosas, el gestor se cansó del tremolar de banderas y de atender a cuando se ensuciaran para cambiarlas. Los mástiles, unos desaparecieron y otros permanecían vacíos. Las banderas fueron sustituidas por escudos de cerámica colocados en los parapetos que servían de jardines en las aceras más cercanas a las calzadas antes de su remodelación, llevada a cabo por el arquitecto Iñaki Alday, en 2002.

Plaza de los Sitios

La Exposición Hispano francesa del Centenario de los Sitios elevó a categoría de zona residencial lo que había sido Huerta de Santa Engracia. Los edificios que se construyeron, los no efímeros —Escuela de Comercio, Museo de Bellas Artes, La Caridad—, marcaron el futuro de aquella parte de la ciudad.

Se inaugura, el momento era el oportuno, el monumento a los «Sitios, obra de Agustin Querol, que posiblemente sea el más bello de Zaragoza. Modernista de concepción, está coronado por una estatua femenina que es la representación alegórica de Zaragoza; muy lejana queda la intención de convertir esta figura en una representación de la ciudad, transformada en «La Dama de Zaragoza».

Deberíamos evitar que sobre la plaza, la magnifica plaza de los Sitios, gravite cíclicamente la posibilidad de su parcial destrucción, entendiendo por esto los intentos de algunos padres de la ciudad por convertir su subsuelo en aloja-vehículos. Retroceder, ni para tomar impulso; sacrificar un árbol, ni atisbarlo.

Paseo Sagasta

Pasó la mejor época del paseo Sagasta, aquella en la que los edificios modernistas eran más. Pero la voracidad estaba en la primera etapa de desarrollo y nadie sabía conjugar el verbo rehabilitar y si el verbo destruir; lo peor de todo es que fueron sus descendientes quienes derribaron lo que aquellos instruidos hombres de primeros de siglo, abiertos a corrientes e influencias, hablan levantado.

Dos casas perdió Zaragoza que eran de manual. Una, de Luís de la Figuera otra, de Manuel Martínez de Ubago, que en su última etapa fue consultorio del Seguro de Enfermedad; una joya de piedra.

Sagasta, había perdido ya otro edificio característico, aunque no de valor arquitectónico, el colegio de Las Francesas, el de las Religiosas del Sagrado Corazón, como desapareció el que enfrente estaba, el de los Padres Jesuitas, con sus celebérrimos dos cipreses y con la sordera de Luis Buñuel vagando por los pasillos.

Y no sólo fueron viviendas del paseo Sagasta las que cayeron; de las calles que son perpendiculares, Bolonia y Cervantes, también la incultura se transformó en piqueta.

Por fortuna, el criterio artístico recuperó su sentido y a Sagasta no le fueron amputados más relieves y herrajes, incluso otras construcciones se esmeraron por recuperar el pasado esplendor aunque recurrieron a los añadidos y sobreáticos para amortizar inversiones.

Edificio peculiar en Sagasta es la fachada este del número 33, perteneciente a las Siervas de María, instituto muy querido por los zaragozanos; la capilla es neogótica. En la fachada oeste, el racionalista de los hermanos Borobio, sede de la Confederación Hidrográfica del Ebro.

Antigua Facultad de Medicina

Siempre será la Facultad de Medicina, aunque hoy sólo sea Paraninfo de la Universidad. La autoría es de Ricardo Magdalena, que la inició en 1886. Se inaugura próximo el fin del siglo, en 1895. Aplicó, Magdalena, patrones historicistas. Siempre llamaron la atención las cuatro estatuas sedentes.

Son: Andrés Piquer, Miguel Servet, Ignacio Jordán de Asso y Fausto de Elhuyar, el único no aragonés del cuarteto, riojano de nacimiento, científico, amigo de Humbolt, fundador de la Escuela de Minas de Madrid. De los aragoneses, Andrés Piquer, fue médico; Miguel Servet, médico y pensador; e Ignacio Jordán de Asso, jurisconsulto y médico.

A espaldas del edificio, en lo que fueron dependencias de la Facultad se encuentran las aulas y los seminarios de la Facultad de Ciencias Económicas. La escalinata de la Facultad de Medicina guarda una gloriosa historia de sentadas y protestas en épocas que se nos antojan poco menos que antediluvianas.

Antigua Capitanía General

Enfrente de la Facultad, un edificio que daba carácter a la plaza Aragón cuando había armonia en el entorno, la antigua Capitanía General. Pentagonal irregular de planta, la fachada se encuentra entre lo más brillante del neoclasicismo tardío, inspirada en modelos italianos.

Iglesia de la Mantería

Hay situaciones que son irreversibles y otras que a tiempo están de evitarse, por ejemplo la pérdida total de las pinturas de Claudio Coello en La Mantería.

Nombre tan poco común responde sencillamente al de la plaza donde está el que fuera convento de Santo Tomás de Villanueva, de agustinos observantes, plaza que es la actual San Roque, sin el arco que perdió hace cincuenta años.

Se trata del edificio anejo al colegio de las Escolapias, sito en calle Valenzuela. Exquisita pieza barroca, La Mantería es de planta de cruz griega irregular. A pesar de todas las virtudes arquitectónicas que la adornan son más destacadas las pictóricas.

En origen, las paredes del templo, hasta arcos, pechinas y cúpula estaban decoradas al temple por el pintor de cámara de Carlos II, el madrileño Claudio Coello. Dos años le costaron a él y su discípulo, Sebastián Muñoz, dar cuenta de tan magnífica obra.

No se conserva íntegra la pintura de Coello; las paredes, hasta la cornisa del edificio, han perdido el temple, como sucederá con el que persiste si, como apuntan criterios cualificados, no se interviene en tanto que se esté a tiempo. Afortunadamente, la rehabilitación a que se sometió la iglesia a finales del siglo XX, contuvo el deterioro galopante del gran legado de Coello.

Palacio de Sástago

Unos metros al este de La Mantería, asomado al Coso, el lugar de preferencia de ese espléndido Coso del siglo XVI, el palacio que se hizo construir Artal de Alagón, conde de Sástago. Es, el palacio de Sástago, Premio Europa Nostra de rehabilitación. ¡Y pensar que por unas grietas aparecidas en la fachada se intentó conseguir el expediente de ruina y se pretendió su derribo!

Adquirido por la Diputación Provincial de Zaragoza ha alcanzado a ser esa majestuosa pieza que hoy vemos, aunque a algunos no guste, entre otras cosas, el azulado de los intradoses de los vanos de la planta de entresuelos, algo que hemos conocido en los pueblos aragoneses.

Abierta la antigua Zorraquino para la venta de piezas de Muel —cambio guirlache por mancerina—, y con la magnifica librería Cálamo, pasto de ilustrados y fortunas, el conjunto del Sástago es para satisfacer al más exigente.

San Miguel de los Navarros

De nuevo en el Coso y buscando el este nos detendremos en San Miguel de los Navarros. Tiene torre mudéjar, retablo mayor renacentista debido a Damián Forment costeado en parte por un Papa Medicis, portada barroca. Pudo tener origen en una construcción románica.

La restauración de la iglesia fue dirigida por Fernando Chueca Goitia, restauración tendente a eliminar añadidos superfluos y a restituir lo preciso. De las capillas laterales, una curiosa, la de Nuestra Señora de Zaragoza la Vieja; los grandes lienzos laterales son de José Luzán, Gabriel Yoli, Carlos Salas, Gregorio de Mesa y el parroquiano Jusepe Martínez, dejan en San Miguel de los Navarros algunas de sus mejores obras.

Al sureste de San Miguel —y seguimos el desplazamiento de las agujas del reloj—, el polígono residencial más céntrico surgido en los últimos años, Miraflores.

En la zona más alejada de Miraflores, en el triángulo que se asimila al barrio del Carmen, a espalda de María Agustín, la sede de la antigua Hermandad del Refugio, institución con más de trescientos cincuenta años de antigüedad. El edificio es racionalista, del estudio de los hermanos Borobio, José y Regino.

Y al lado del Refugio, el Grupo Escolar Joaquín Costa, adscrito a la corriente neoclasicista internacional, de gran efecto monumental por la escala de los órdenes clásicos. El proyecto es de Miguel Ángel Navarro. Sorprendió este edificio hace algunos años cuando apareció pintado en tonos pastel, tremendamente relajantes, que provocó opiniones dispares.

Olvidado el gris que le era natural, el apastelado Costa nos ha acostumbrado a esa imagen luminosa de dibujo animado de la factoría Disney.

Una vez más, animales de costumbres.